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viernes, 9 de noviembre de 2012

Molino de gofio de Ananías, más de 200 años haciendo gofio. Agüimes (Las Palmas, Islas Canarias)


Autor Antonio Quintana Agüimes

Más de 200 años tiene el molino de gofio de Ananías, único que queda de los siete que había en la primera mitad del siglo pasado en Agüimes para transformar el millo en uno de los productos obligados de la comida tradicional canaria. Al igual que sucedió en las entreguerras, el gofio resuelve algunos problemas de la actual crisis económica. "Algunos vecinos han comprado un cachito de tierra para plantar millo y hortalizas y así poder abaratar la comida", según Ananías Torres y Fefina Pérez, actuales regentes del molino que se encuentra junto a la carretera que une el casco con el barranco de Guayadeque

Varias generaciones de una familia han mantenido vivo hasta la actualidad el único molino de gofio en activo de Agüimes en los últimos 41 años. El penúltimo, situado cerca de las Casas Consistoriales de la villa, también era de los herederos de Ananías Torres Santana hasta 1971, cuando su tienda y molino se transformó en bar Ananías. "El molino de Ananías se remonta a finales del siglo XVIII o principios del XIX", manifestó Ananías Torres Suárez, quien junto a su esposa, Fefina Pérez Díaz, lo regenta.

El molino de agua, situado en la carretera que va del pueblo al barranco de Guayadeque, nació impulsado por el franciscano Francisco Javier Rodríguez Melián y sus hermanas María y Belén. Tras ellos cogieron el testigo sucesivametne Concepción Santana Expósito, Ananías Torres Santana y Josefa Suárez Romero, padres de Francisco, Ananías y Luis Torres Suárez.

"Mucha gente prefiere el gofio del molino tradicional y medio centenar de labradores vienen al año a que les tostemos y molamos el millo para llevarse el gofio", manifestó Fefina Pérez. Su marido, Ananías Torres, le echa una mano en el proceso de transformación.

"Esto nos da mucha vida, porque, además de estar en un sitio tranquilo, ayudamos a muchas familias a mantener una tradición y a saborear el gofio, ya que muchos nos dicen que sabe a galletas", expresó este matrimonio junto a su molino.

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Cernir el millo, tostarlo, dejarlo enfriar, llevarlo al molino y molerlo con piedras movidas por agua corriente del cubo situado sobre el techo, y que se surte de las galerías del barranco de Guayadeque, para devolverlo como gofio a los labradores es todo un proceso que tiene entretenidos a Ananías y Josefina. Pero, además de millo, el molino tritura garbanzos, lentejas, chícharos blancos, arbejas, trigo, cebada, centeno y saleo -unas hierbas de las costas agüimenses- para hacerlos gofio o harina.

"Hacemos de todo con el molino, aunque la cebada, el trigo y el centeno producen mucho humo", expresó Fefina, que siempre ha estado trabajando en el molino por las tardes, tras hacer sus tareas domésticas. En cambio, Ananías Torres ha compaginado dicha tarea con trabajos en la construcción, electricidad, fotografía y limpieza de aviones en el Aeropuerto.

La etapa en que hubo más movimiento fue en la mitad del siglo pasado, fundamentalmente el periodo entre guerras, de 1914 a 1949. "Fue el momento en que venían muchos labradores a moler sus millos y cereales para paliar la crisis que se pasó entonces", indicó Ananías. "También ahora vienen muchos labradores, que se han hecho con un cachito de tierra, con sus millos y hortalizas para disponer de gofio y verduras para abaratar sus comidas ante la crisis que padecen", añadió Josefina.

En las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, las dos piedras molían cinco kilos de millo por hora, porque también había más agua de las galerías del barranco de Guayadeque. "Ahora molemos un kilo por hora, pero esto no da para comer, porque no se paga el tiempo que dedicamos al molino", comentó Ananías. "Sin embargo, a mí me da alegría tostar y moler el gofio para la gente que viene a solicitarlo", agregó Fefina, contenta del trabajo que realiza.

Tanto es así que este matrimonio no ha querido desprenderse del molino. "Hace unos 15 años el Ayuntamiento de Agüimes nos propuso que lo cediéramos para incorporarlo en las rutas turísticas, con el compromiso de contratar a mi hijo Ananías", apuntó Josefina. "Nos negamos porque estamos convencidos de que si lo hacíamos el molino quedaría como una muestra artesana y los labradores no podrían beneficiarse de él para disponer de gofio", agregó.

Sin embargo, ambos se mostraron muy contentos con la promoción que ha significado para su molino la celebración de la subida del millo y la bajada del gofio desde los molinos de Ananías y Lolita, que está cerrado en frente del suyo. Fue un grupo de jóvenes de Agüimes que, al acabar la dictadura, quisieron conservar viva la tradición convirtiéndola en un momento festivo, que tenía lugar a final de verano. Así ya se han celebrado 36 ediciones de la traída del gofio y el agua, con una importante participación tanto de agüimenses como de jóvenes del resto de la Isla.

"Es verdad que la crisis también se ha notado tanto en la subida del millo como en la bajada del gofio y el agua, porque el Ayuntamiento este año trajo 150 kilos de millo cuando el año pasado fueron 250 kilos para hacerlos gofio", lamentó Fefina Pérez. Además, este matrimonio vendió otros 100 kilos para la bajada del gofio.

"Hoy hay máquinas para tostar y hacer gofios, pero hay un buen grupo de gente que prefiere lo artesanal y siguen viviendo, porque nos dicen que el gofio que sale de aquí sabe a galletas", apuntó Ananías Torres, que ve necesario que se mantengan y se apoyen estos molinos artesanales.

Además de los dos molinos de Ananías, Agüimes contó con otros cinco. "Está el de Lolita, aquí al lado, el de Antonio Martín, el de Anastasito López, Francisco Olivares y otro en el Cruce de Arinaga", apuntó. "Aquí viene este chico Carlos Iván a ayudarnos y que es familiar de Francisco Olivares", señaló Josefina.

"Esto es una tradición que deberíamos cuidar para que lo usen y lo valoren nuestros hijos. Aquí me han enseñado a picar la piedra, cómo funciona el molino, a participar cuando tuestan y en la fiesta", expresó Carlos Iván Olivares Cruz, bisnieto de Francisco Olivares. "Esto no se debe perder, porque además de ser tradicional da mucha vida", lamentó el joven, recordando que el molino de su bisabuelo fue destruido por un temporal de viento hace unos 70 años.
La Provincia

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