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lunes, 2 de abril de 2012

El Molino de Las Rosas en Gáldar (Las Palmas): entre la desidia y el despilfarro.

Si la situación en la que se encuentra buena parte del patrimonio arqueológico de la comarca norte, es preocupante, no lo es menos la situación de deterioro, desidia y abandono en el que se encuentra también la mayor parte del patrimonio etnográfico del Norte grancanario.
Un ejemplo de este abandono, deterioro e incluso, despilfarro de los dineros públicos, lo encontramos en el Molino de Las Rosas, en el municipio de Gáldar.
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El Molino de Las Rosas se encuentra enclavado en el barranco del Inciensal (conocido también por Las Rosas) en el barrio del Saucillo, en las medianías de Gáldar.
El antiguo Molino de Agua con vivienda adyacente, infraestructura hidráulica de las islas, fue construido en 1860. El dueño inicial del molino fue cho Juan Quintana González, quien lo construyó con el fin de aprovisionar de molienda a su cortijo y a otros vecinos de la zona y cuya hija heredera, doña Gabriela, llegó a un acuerdo económico con la Heredad de Aguas, por más que el molino llevaba más de treinta años parado. El molino estuvo funcionado hasta los años 50 del siglo XX, y  fue comprado en 1963 por la Heredad de Aguas de la Vega Mayor de Gáldar para entubar el agua que discurría por galerías de su propiedad y la que se obtenía del pozo, o de la lluvia, o de la fuente, y así ordenar racionalmente su distribución. Años más tarde  es cedido al Consistorio galdense.
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En el año 2008, el colaborador de este medio, Nicolás Guerra Aguíar, publicaba un artículo en el que denunciaba el despilfarro público en obras que luego eran abandonadas, citando como ejemplo el estado en el que se encontraba este molino.
Y es que en el  mandato 1999-2003, el ayuntamiento de Gáldar acometió  la restauración del molino   con un presupuesto de 5.878.090 pesetas, siendo el 30% del coste de la obra financiado por la asociación insular de desarrollo rural (Aider).
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Las obras fueron realizadas según el proyecto técnico realizado por la Oficina Técnica Municipal con el único objetivo de convertirlo en un punto de visita cultural cuando esté en funcionamiento.
Las obras llevadas a cabo consistieron en limpieza, retirada de escombros, acondicionamiento para el acceso de transporte y maquinaria y limpieza del recorrido del agua próximo al molino, fundamental para el reconocimiento de las posibilidades de actuación de la obra. Además se pusieron las cubiertas, se restauraron muros y se llevaron a cabo trabajos de carpintería necesarios para su rehabilitación.
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El molino lo formaban varias piezas edificadas, una que propiamente es el molino de agua, alberga la piedra y restos de mecanismos, otra anexa usada como almacén de los productos a moler y ya molidos y un pequeño cuarto donde se tostaba el grano.
Sin embargo, al poco tiempo de la restauración el Molino cayó de nuevo en el olvido, y prueba de ello es el robo de las tejas que sufrió la infraestructura, que fue considerado como un atentado al patrimonio etnográfico del municipio por el propio ayuntamiento.
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Desde entonces, el estado de conservación de esta infraestructura ha ido empeorando, tal y como se indica en un informe de la FEDAC, en el que se señala  que está totalmente destruido tanto por el paso del tiempo como por los saqueos que ha sufrido, por lo que está sin techo, lleno de vegetación y le faltan las piedras y los elementos propios del molino.

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Esta noticia cuenta con una galería fotográfica donde se puede apreciar el lamentable estado del molino.
En 2008 Nicolás Guerra Aguilar escribía sobre “Supuestos despilfarros públicos”, en este artículo comentaba sobre el molino lo siguiente:
A veces (sólo a veces), la natural parsimonia e innata pachorra o aplatanamiento que definen al ciudadano canario se alteran y desestabilizan ante determinadas situaciones y actuaciones que sobrepasan los límites de lo permisible, de lo justificable. Y es entonces cuando aquél experimenta un reconcomio o agitación interior que se manifiesta unas veces echándose las manos a la cabeza, otras elevando las voces para que alguien lo escuche, en un desesperado intento de conseguir respuestas a preguntas que viene haciéndose desde hace años.
A pesar de su aparente indiferencia, llega un momento (a veces, sólo a veces) en que le hierve tanto la sangre frente a supuestos despilfarros o figurados desprecios hacia el control de las arcas públicas, que mira precisamente hacia quienes han de velar por su correcto uso. Porque ve cómo se han hecho inversiones multimillonarias en determinadas obras que, al paso de los años de su comienzo, se abandonan, así sin más.
Y cuando se trata de obras en el campo, algunas se dejan encerradas entre renovadas piteras, tuneras y tagasastes, entre naturales arboledas, en la más absoluta indiferencia o el mayor desprecio de aquellos que, en el uso de la autoridad conferida por el pueblo, las iniciaron, siguieron su evolución y las recibieron de las empresas constructoras para, inmediatamente, olvidarlas sin el más mínimo pudor o recato, como si se tratara de viviendas privadas, de inversiones particulares, y no de construcciones pagadas con dinero de los contribuyentes.
Hablo de obras que necesitaron proyectos (alguien cobró por ellos), discusiones en plenos o plenillos, licitaciones a través de boletines oficiales, mano de obra, materiales costosos, carpintería, cableados, fontanería, conexiones a desagües, acometidas, quizás hasta asfaltado de alguna ruta de comunicación para poder llegar a ellas si se encuentran aisladas.
Y tras millonarias inversiones, tras aparentes despilfarros del dinero público, del que sale de nuestros impuestos, las obras quedan allí, no sé si oficialmente recibidas por el organismo oficial correspondiente o en el limbo administrativo toda vez que, en apariencia, ni se abren, ni se ocupan ni, muchísimo menos, se protegen como tales obras públicas.
Tal es el caso, por ejemplo, de la inconclusa casa rural enclavada en el barranco del Inciensal (conocido también por Las Rosas), en el término municipal de Gáldar, Guanartemato isleño. En la obra de la fotografía se invirtieron –parece- dos presupuestos respetables: el primero fue de muchos millones de pesetas, allá por los años noventa.
Pero como el dinero se agotó y la obra no se había acabado, hubo –se dice- una segunda inversión económica que tampoco dio para la finalización de la casa rural, por más que la estructura externa estaba acabada, o al menos así me lo parece. De cualquier manera, tampoco se trataba de la ampliación del Museo Canario, por ejemplo, o de la nueva carretera de La Aldea.
No sé si hoy es propiedad del Ayuntamiento galdense, del Cabildo, de algún organismo del Gobierno de Canarias o del servicio de contraespionaje. Desconozco si depende de la Dirección General de Astronomía (si hubiera o hubiese) o, quizás, tal construcción no figura en ningún registro de la propiedad, que cosas más inverosímiles se han visto en la Administración canaria. Pero lo que sí es cierto es que allí hubo un molino de agua con vivienda adyacente, y que fue comprado por la Heredad de Aguas para entubar la que discurría por galerías de su propiedad y la que se obtenía del pozo, o de la lluvia, o de la fuente, y así ordenar racionalmente su distribución.
El dueño inicial del molino fue cho Juan Quintana González, quien lo construyó con el fin de aprovisionar de molienda a su cortijo y a otros vecinos de la zona y cuya hija heredera, doña Gabriela, llegó a un acuerdo económico con la Heredad de Aguas, por más que el molino llevaba más de treinta años parado. Y esto es lo sorprendente: sabemos de su pasado y de su presente, pero desconocemos su titularidad (parece que fue posteriormente vendido a algún organismo público).
La que hoy es una construcción multimillonaria abandonada, dejada de la mano de Dios y de los pertinentes responsables políticos, devoradora de muchos millones, insisto, siente el inexorable paso del tiempo, de las lluvias, del sol, de la más absoluta desidia: se resquebrajan los muros, se hincha y pudre la madera, se levantan los pisos… Y mientras, el cabreo aumenta: ¿quién o quiénes son responsables directos de una construcción pública que nunca abrió sus puertas en los Altos de Gáldar? ¿Puede alguien reclamar ante tal aparente o supuesto despilfarro del dinero público?
Fuente artículo

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